Algo bastante habitual en nuestras bicicletas de gravel es cambiar las pastillas de freno cada 3 o 4.000 kilómetros (dependiendo del uso que le demos), pero no está de más que, cada vez que las reemplacemos, echemos un ojo al espesor del disco de freno para comprobar cuánta vida le queda.
Los números no fallan
Todos los fabricantes de discos de freno consignan el espesor mínimo con el que sus discos deben utilizarse, que se encuentra entre los 1,55 milímetros y los 1,45, dependiendo de la marca que utilicemos.
No existe un patrón fijo para calcular los kilómetros que nos van a durar, porque ello dependerá de nuestra conducción, el tipo de terreno por el que circulemos y de las pastillas de freno que empleemos. Por lo que la mejor solución es medirlos para averiguar su estado.

¿Y si no los cambio a tiempo?
Es posible que te encuentres realizando una gran travesía de bikepacking y no te haya dado tiempo a medir el espesor de tus discos, pero hay algunos signos que delatan su desgaste, a los que debemos estar atentos.
Cuando un disco está alcanzando el espesor mínimo, incluso un poco antes, tras una bajada intensa, en la que tengamos que utilizar los frenos para decelerar la bicicleta con energía, cuando dejemos de frenar percibiremos un rítmico roce irregular de las pastillas que, curiosamente, desaparece a medida que el disco se enfría. No es magia: sencillamente el disco es tan fino que el calor producido por la frenada lo ha deformado (alabeado) y hasta que no pierde la temperatura no recupera su estado original.

Consecuencias de diferente gravedad
Si nos pasamos de las cotas mínimas de desgaste, el primer síntoma que mostrarán los discos es el cambio de color: se oscurece la pista de frenado y, cuando ya están al límite, aparecen tonos tornasolados (rojizos) que delatan su evidente deterioro. Si no los cambiamos el siguiente paso es la rotura del disco, con unas consecuencias que preferimos no desarrollar.

Mejor la prudencia
En las imágenes que os mostramos de unos discos SLX de Shimano, cuya cota mínima no debería ser de menos de 1,5 mm, al momento de cambiarlos tenían 1,38 mm, daban signos muy claros de deterioro con deformaciones a la mínima exigencia y, a la vista está, el color de la pista de frenado ya presentaba color tornasolado.
El grosor del disco original está en torno a los 1,8 mm de espesor, por lo que disponemos de 0,3 milímetros para apurar su vida útil.
