La llave que abre una puerta a los Alpes

Buena comida, vino delicioso, personas estupendas y alguna dura subida en bici, rodeado de monumentos naturales y culturales: ¡Bienvenido a Chiavenna!

Oscar Falagán

En el punto de salida del recorrido por Chiavenna
En el punto de salida del recorrido por Chiavenna

       “Benvenenuto in Chiavenna! (¡Bienvenido a Chiavenna!) -dice la nota que me encuentro al soltar mis alforjas en la habitación de un hotelito gestionado por una familia originaria de Cerdeña (isleños que cambiaron mar por montaña)- ¡Siéntete como en casa!”. La firma Giulia Guanella, una amable lugareña, amante y practicante de esquí y ciclismo, cada cosa en su momento. Vive en un templo para ambos deportes y trabaja para el Consorzio de promoción turística de su comarca. Está de suerte ella por morar en dicho templo, y lo estoy yo por venir a conocerlo; y dado que lo hago al final de verano, hallaré su versión sin nieve. “¡Prepárate para ser mimado por buena comida, vino delicioso, personas estupendas -prosigue la nota- y alguna dura subida en bici, rodeado de monumentos naturales y culturales”. Estoy aquí, pues, para indagar a fondo y a pedales uno de esos entornos paisajísticos que por el impacto de su belleza (y por el intenso frescor de sus aguas) le pueden quitar a uno el hipo, y voy a comprobar que las palabras de esa nota a modo de premisa caen en saco bien cosido. La geografía política dice que mi bici y yo hemos aterrizado en la capital de Lombardía (o sea, Milán) y que una furgoneta nos ha traído al municipio de Chiavenna, en Sondrio, septentrional provincia de Italia con el confín de su norte jugueteando con el del cantón suizo de Grisones; la geografía que no entiende de política dice que hemos venido a parar a una encantadora localidad en la que un torrente bajando con fuerza desde las cercanísimas montañas, el Liro, se funde con un río, el Mera, en un valle de origen glaciar y repentina amplitud despampanante, la Valchiavenna (“valle” tiene género femenino en lengua italiana); y como lo de Chiavenna proviene de «llave de los Alpes» (“chiave” es “llave”), la geografía poética insinúa que estamos a la puerta de los Alpes. ¡A abrirla, venga!

Descubriendo el recorrido del Gravel Escape de Valchiavenna

       Las alforjas no las voy a necesitar porque estos días aquí cuento con “campamento base”, pero son mi equipaje al plantarme aquí directamente tras andar pululando por caminos y carreteras de Dalmacia y de Herzegovina (en fin, otra historia es esa). Lo que sí voy a necesitar es mi bicicleta de gravel, porque uno de los planes (el que aquí nos atañe) es descubrir el recorrido del Gravel Escape, denominación de un muy estudiado trazado que sirve en bandeja una inmersión “off road” por las lindezas de los alrededores; y acostumbrado como vengo a llevar peso en la rueda de detrás, no me voy a molestar en desmontar el transportín. ¡Vamos allá: sumerjámonos, pues, en esa “escapada de gravel” que cuenta con alternativas de distinta longitud para que cada cual pueda elegir tomárselo con más o menos calma (o con más o menos fatiga)!

Foto Valchiavenna Gravel Escape
En el recorrido de la Valchiavenna Gravel Escape hay arte y naturaleza a partes iguales. (Foto: Valchiavenna Gravel Escape) 

Incluso para aquellos que sencillamente quieran pasar una agradable jornada al aire libre con la familia, sacando partido a las muchas áreas de descanso dispuestas en el transcurso de la ruta. El trazado principal (el más extenso) mide un centenar de kilómetros y puedes echar un estival día entero en recorrerlo si deseas aprovechar a fondo los detalles e ir haciendo pausas en las placitas de los coquetos pueblos y en rincones de apabullante naturaleza; la ruta está dotada de una equilibrada mezcla de pistas de grava, carriles bici sutilmente incorporados al ambiente y leves tramitos de pavimento donde solo me voy a encontrar poco más que algún discreto tractor. La empiezo, por supuesto, en la plaza donde tiene lugar la salida de una prueba popular llamada como el recorrido en sí, Valchiavenna Gravel Escape. La feria de tal evento se congrega en esta céntrica plaza de Chiavenna, con música en directo y otras atracciones. Un fin de semana dedicado al mundo del cicloturismo que se celebra en mayo, es decir, cuando la Valchiavenna se muestra en plenitud de esplendores primaverales… ¡Suerte que los tracks están todo el año ahí para poder usarlos!, que cada estación ofrece sus encantos. A mano los tiene quien quiera.   

Salida de la Valchiavenna Gravel Escape 2024
Salida de la Valchiavenna Gravel Escape 2024 (Foto: Valchiavenna Gravel Escape)

       El itinerario me conduce en su primera parte al punto más bajo y abierto de la Valchiavenna, para luego ascender a cotas más altas. En las pedaladas iniciales, me limito a seguir los carteles indicadores… y ¡ya echaré un vistazo al GPS cuando sea necesario! Prefiero saber más bien poco de antemano y averiguarlo sobre la marcha (me cercioro, eso sí, de la distancia, que me advierte de que voy a estar en faena unas cuantas horas). En estos mundos del futuro ya presente en los que la IA tiende a inmiscuirse o arramblar con casi todo, aún quedamos los que acudimos a los sitios a vivirlos para contar historias según pálpitos que nuestras vivencias puramente orientan. También acostumbro yo a acudir sin apenas haber visto fotos del lugar, porque deseo que me sorprenda (a menudo lo hace gratamente, con el aditivo de la motivación de adentrarse en una región del mapa en bici); y así me ocurre que, sin que me lo espere, tras salir de una de las aldeítas por las que soy invitado a callejear entre tramo y tramo de campo, al volver a tomar uno de los caminos de la pista marcada, acabo despuntando delante de una esplendorosa cascada.

Donde cedo a la tentación de bañarme (foto izda.) / Fuentes y manantiales por doquier (foto dcha.)
Donde cedo a la tentación de bañarme (foto izda.) / Fuentes y manantiales por doquier (foto dcha.)

Hay únicamente en el escenario una chica sentada en las piedras de la orilla, a quien, viéndola pasiva observadora, pregunto si existe algún tipo de prohibición para bañarse en la poza junto a la cascada, a lo que ella contesta que no, pero que no se atreve por el agua que está muy fría. Le hago cambiar de opinión cuando, ni corto ni perezoso, me desprendo del culote y me zambullo con mi ropa interior; luego tendré que esconderme tras un arbusto para extraer prenda mojada (después de varios días “saltando” de una isla dálmata a otra, sé bien que, por si apetece un baño, conviene ir con calzón bajo el culote). ¡Ya solo por este remojón de vitalidad total vale la pena esta ruta! Y así se van a ir sucediendo sorpresas y deleites… Hay estímulos para dar y tomar, con aspectos variopintos desde la zona de llaneo y con suaves colinas del valle hasta donde los caminos se empinan subiendo por la montaña hacia la frontera con Suiza. Amén de las curiosidades culturales que se van ofreciendo en cada diferente contexto.

La cascada mas alta que avista la ruta
La cascada mas alta que avista la ruta

       Sutilezas de artesanos, palacios, museos, productores gastronómicos, bodegas de vino… las postergo a cuando no esté gozando de intenso gravel sin mucha pausa; si bien, mientras en ello estoy, disfruto de la arquitectura armoniosa y de los detalles rezumando historia de los lugares... (no desvelaré todos los ricos ingredientes, teniendo en consideración que, de igual modo que a mí me gustan las sorpresas, al lector puede ocurrirle también lo mismo: miel puesta en los labios, siempre será mejor saborearla in sito, algo que desde luego recomiendo). En pueblecitos y en puntos álgidos de naturaleza exuberante hay que parar a hacer alguna foto, qué duda cabe; y aviene además otra majestuosa cascada, un salto de ciento y pico metros, ¡esto es un no parar de palpar imágenes bonitas… y de pedalear (sin circunstancias técnicas, por cierto, que representen una dificultad añadida a la ya existente del desnivel acumulado)! Pero lo que viene a ser una excursión de puro relax, más de ir llegando a sitios concretos para visitarlos con la debida calma, lo dejo, dicho está, para jornadas venideras. Primeramente he optado por “sudar el valle” ejercitando las bielas a tope, para ganarme así ese posterior relax.

Por la maravillosa 'Ciclabile'

       Esos kilómetros de pedaleo otro día con más suavidad los hago valiéndome plácidamente de “La ciclabile (el carril bici) de Valchiavenna”. Siempre con mi querida montura de gravel, claro, porque también el salir de tranqui a ella le gusta (¡no todo va a ser darnos tralla!), y porque además en ocasiones tocará coger tramo de tierra para llegarnos a visitar ciertos museos y muy particulares rincones. ¡Ojo con esta Ciclabile de Valchiavenna, que es una de las más reconocidas vías verdes de Italia! Lo demuestra el hecho de que ha ocupado peldaño del pódium de los “Italian Green Road Awards”, incentivadores y potenciadores premios del turismo sostenible: algo así -dicen los italianos- como sus Oscar patrios de las vías verdes (en su derecho están de hacer símiles peliculeros, que ningún otro país ha ganado más Oscar a la mejor película internacional que Italia). “La de la bici es la única cadena que nos hace libres” reza uno de los lemas de esos premios, expresado en idioma de los Fellini, Bertolucci, Benigni…; Bartali, Coppi, Nibali… Libre me siento, de hecho, sí, surcando la Ciclabile de Valchiavenna, una ruta que desde la ribera del sublime y admirado lago de Como se desliza con sus curvas hasta Chiavenna. Después de la rutaza completa del gravel, bien está, pienso yo, dedicarse a ser un cicloturista más turista que ciclista, asunto que tiene garantizadas varias muestras de sabores y artísticas visiones. Como el Palazzo Vertemate Franchi, Renacimiento bien guardado a pie de Alpes. ¡Menuda joya toda en conjunto, hasta con viñedo adherido a sus dominios… acaso porque se entendiese en su época que mejor contemplar el arte poniendo a remojo el gaznate!

Entrando hasta la cocina (foto izda.) / Renacimiento a pie de Alpes (foto dcha.)
Entrando hasta la cocina (foto izda.) / El Palazzo Vertemate Franchi, renacimiento a pie de Alpes (foto dcha.)

       Entre las distintas visitas de mi agenda me resulta bastante curiosa la que concedo al atelier de Roberto Luchinetti, un artesano singular. Este artista es referencia por esculpir con destreza la antiquísima “piedra verde de Valchiavenna”. Una piedra de grano fino y color gris verdoso, famosa especialmente por las ollas que con ella se han hecho desde hace no poco tiempo para cocinar y conservar alimentos, debido a sus propiedades de realzar el sabor y neutralizar venenos. Al visitar este taller de paciente y entregada labor, nos dice su dueño que le sigamos hacia un prado exterior. Ahí, en ese jardín de su casa que da directamente a un torrente de agua, nos sentamos sobre piedra (del mismo tipo que la que él cincela). Nos hipnotiza con sus historias (hablo en plural porque Giulia me acompaña) y nos confiesa misterios de las energías que corren por el aire y entre el agua y la roca: energías mágicas o esotéricas que no se ven con los ojos pero se sienten. Así son los artistas: aciertan a ver magias entre la magia... Más terrenal es mi deseo de probar las galletas “biscotìn de Prost”, tradicionales de la Valchiavenna. Así que ¡a la casa donde se elaboran que voy! Sabrosas, desmenuzables y preparadas sencillamente con harina, azúcar y mantequilla. ¡Calorías para pedalear sin tembleques que se agradecen!

La artesanía de la piedra local (foto izda.) / La casa de las galletas tradicionales (foto dcha.)
La artesanía de la piedra local (foto izda.) / La casa de las galletas tradicionales (foto dcha.)

       Aparte de los dulces, cato, claro, viandas saladas estimadas en la zona: obligada es la bresaola, embutido de carne de ternera curada; o unos peculiares ñoquis llamados “pizzoccheri”, que degusto en una de las cuevas naturales -llamadas “crotti”- convertida en restaurante (como se ha hecho en mi tierra leonesa con algunas bodegas bajo tierras de aluvión). Igualmente de recibo es probar, cuando descansa la bici por la noche, los jugos de viñas oriundas, ya que, si los sabios del Renacimiento lo hacían, por algo sería... Aunque curiosamente la última noche de mi estancia en este valle, acabo compartiendo licor casero de mirto de Cerdeña, sacado de especial botella de esas que solo a los amigos se reserva. Lo vierte en tres vasitos el patriarca del hotelito donde esta semana han reposado mis alforjas, un gentil hombre que tiene un razonable parecido físico y caracterial con Walter Mathau en el personaje del vecino de “Daniel el travieso”. Los vasitos son para que brinde con él y con un jovial nativo emigrado que está de visita y que tiene un cierto parecido físico y caracterial con Al Pacino en el personaje de “El Padrino” (regenta un restaurante en la ciudad de EE. UU. donde ganó Indurain su oro olímpico). La conversación ondea desde la historia política italiana contemporánea hasta las elecciones norteamericanas. Como el heterogéneo par de veteranos intuye que algo de periodista tengo, reclama mi opinión constantemente, pero yo escucho y me guardo lo que pienso, como aconsejó en una escena “El Padrino” a uno de sus hijos. Porque yo a la llave de los Alpes, y a este artículo, he venido a hablar de ciclismo. Ciclismo para regocijo de los sentidos. Con mi montura de gravel lo he pasado en grande, como quien aquí acuda con la de montaña o carretera. Arrivederci Chiavenna!

¡No hay fronteras para la bicicleta!
¡No hay fronteras para la bicicleta!

 

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